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INTRODUCCIÓN A LA MAGIA SEXUAL


Los Misterios de Eulis, referentes a las leyes supremas, se nos presentan como la ciencia de las esferas superiores, mientras que los Misterios anseiréticos son su aplicación en el plano material.
 
La aplicación de los elementos teóricos que se contienen en los Misterios de Eulis tienen por clave la ley rigurosa y universal de la polarización, la cual es al mismo tiempo la base esencial sobre la que se apoya todo el edificio de la doctrina de Eulis.
 
En efecto, el universo entero, todos los seres vivos sin excepción alguna se rigen por el principio de las dos fuerzas contrarias que ejercen una atracción fatal la una sobre la otra. Puede hablarse aquí de una fuerza positiva y de una fuerza negativa, fuerzas con las que nos encontramos en el bien y en el mal, en la emisión y en la recepción, en la vida y en la muerte (polo magnético positivo aquél y negativo ésta en el plano material, mientras que en el sutil la mujer es el polo activo y el hombre el negativo).
 
La ciencia de los Misterios nos enseña que igual que en la naturaleza el sexo del macho atrae al sexo de la hembra, nosotros también podemos atraer la fuerza o la forma deseadas si creamos lo que representa el negativo o lo opuesto. Este es el principio básico de cualquier magia; ninguna ley le supera.
 
Esto nos permite realizar los actos operativos de dos maneras: intelectualmente, es decir, fríamente, sin pasión, o sensualmente, es decir, con amor. El mayor de los milagros de la naturaleza es el de la procreación, en la que se concreta la energía que surge de la unión de dos polos opuestos, el positivo y el negativo. Pero en la unión sexual del hombre con la mujer el contacto se establece no sólo en el plano físico, sino también en el plano sutil o mental, porque según el dicho hermético "lo que está abajo es igual que lo que está arriba".
 
Mientras la polarización del órgano sexual del hombre es positiva, el de la mujer tiene polarización negativa; la cabeza del hombre, órgano de las manifestaciones intelectuales, es negativa en relación con la cabeza de la mujer. Esto explica el hecho de que el hombre, lleno de iniciativas en lo que respecta a las manifestaciones físicas del amor, necesite la acción de la mujer, su emotividad y su pasión mental para ascender a lo largo de la escala del amor hacia los planos superiores.
 
En una unión normal, todos los sentidos del hombre y de la mujer se ponen en juego a fin de lograr que la imagen mental se fije en las mejores condiciones, según la ley de inducción entre los polos mentales y físicos de los individuos de sexos distintos.

Este fenómeno, conocido desde los más remotos tiempos, es la base del misterio denominado "Mahi Kaligua", cuyas leyes son substancialmente las siguientes:
 
1) La corriente mental llega a su ápice en el momento del orgasmo, tanto en el hombre como en la mujer, en aquél en el momento de la eyaculación.
 
2) Bajo condiciones muy definidas podemos servirnos de esta corriente a fin de ejercer influencia sobre las leyes en sus manifestaciones más lejanas.
 
3) Mediante inducción en la esfera material, se crean las causas de los efectos deseados.
 
4) Los pensamientos, las ideas, las inclinaciones y los fundamentos de los individuos durante la unión dejan su huella en la esfera astral o mental. Estas huellas sólo se manifiestan después y no siempre derivan de las cualidades hereditarias de cada uno. Actúan siempre sobre hechos y actos de la esfera astral o mental.

Estas doctrina forman lo que se denomina Mahi Kaligua, "Ciencia de los Tiempos Antiguos", porque las generaciones pretéritas las conocieron y cultivaron. Podemos afirmarlo, porque nosotros mismos las recibimos por tradición y porque descubrimos su testimonio en los monumentos simbólicos alzados en honor de muchas divinidades (por ejemplo, en el antiguo Egipto), con las líneas alargadas de los obeliscos que se yerguen hacia el cielo azul casi como falos fecundadores de las llanuras arenosas.

Testimonios semejantes nos muestran también que la sagrada ley del sexo rige no sólo la Tierra, sino todo el Universo. Hallamos la revelación en Asia en las imágenes esculpidas de la divinidad, cuyos brazos, alzados hacia el cielo para bendecir o amedrentar, prueban la verdad de nuestras doctrinas y simbolizan el poder de las sagradas ligaduras del sexo.

Por otra parte, dígase lo que se diga, la verdad fálica está en la base de muchos ritos, y el arte sacro y las sagradas escrituras de todos los pueblos indican el misterio a quienes saben verlo.

Los hierofantes del antiguo Egipto sabían de la fuerza de sugestión del arte, porque lo habían sometido a la religión, al imponer a los pintores y a los escultores leyes y medios expresivos muy concretos. Fue esto un gran bien para la humanidad, porque, inmersos en ciertas verdades gracias a las imágenes continuamente miradas y a los ritos ininterrumpidamente seguidos, los fieles lo ponían en práctica instintivamente en sus uniones sexuales. De tal modo, al utilizar la energía creadora presente en todas las parejas, los hierofantes poblaban la esfera astral o sutil de entidades que además estaban nutridas por la potencia vivificante de las imágenes de las masas. El astral colectivo de los pueblos se transformaba así en una potencia.

En realidad, el amor, que crea continuamente mediante el contacto entre el positivo y el negativo, se nutre de la exaltación mística o del terror de las masas prosternadas delante de los altares; a través de las generaciones, éstos se transforman en el receptáculo en que se acumulan las fuerzas que, según sea la voluntad de los que las manejan, aportan el bien o el mal, la luz o la obscuridad, la vida o la destrucción.

El amor es la única ley universal que rige espacios infinitos y que ejerce una acción irresistible dondequiera que exista la vida. Un pueblo donde las prácticas nupciales estén siempre de acuerdo con las leyes eternas constituye una gran cadena mágica que pone en relación la esfera material y las esferas superiores.

De ello resulta una alianza entre las fuerzas humanas y las fuerzas divinas o espirituales, con lo que el intelecto humano adquiere la posibilidad de dominar aquí y allí. El hombre se transforma en el señor del bien y del mal y actúa según su voluntad. Este es el principio y la verdad que, en las condiciones que aquí se determinan, hace que sea inmensa la responsabilidad de la Cabeza que fuese, al mismo tiempo, el iniciado supremo, el jefe religioso y el soberano de un pueblo.

Por el contrario, cuando la religión se desvanece y la humanidad olvida las verdades primordiales, recobradas por nosotros, y se confía a pastores ciegos, los males que se abaten sobre los pueblos son aún mayores. Y cuando sobre la tierra se vuelca la cólera acumulada en las esferas superiores a causa de la injusticia y de lo desordenado de la vida de los humanos, ninguna persona tiene el poder suficiente para detener los flagelos y dominar las tempestades que destruyen el mundo. Son éstos los períodos de crisis en la historia de la humanidad, de los que todas las razas tuvieron su parte.

 

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