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ANTIGUOS HECHIZOS Y TALISMAES

 
Un hechizo propone la obtención de algo mediante un procedimiento anormal, sin la menor relación con el objeto buscado o lo que se pretende conseguir.
 
En las Bucólicas, de Virgilio, ya se hablaba de hechizos. Allí, una campesina, con la ayuda de su sirvienta, provoca, con ayuda de hechizos y magia, el regreso del infiel amante.
 
En el hechizo impera, ante todo, cierta lógica. El ser humano ya no desperdicia energía buscando analogías entre los procedimientos mágicos empleados y el objeto que trata de conseguir.

Por ejemplo, para penetrar en el pensamiento ajeno hay que llevar una lagartija dentro de un frasco, en el bolsillo. Un enano crecerá si, al toque de Aleluya del Domingo de Gloria, se cuelga por las manos de la rama de un árbol o del marco superior de una puerta. La fea se volverá hermosa si a la medianoche de San Juan se lava la cara con agua de nueve fuentes o de nueve pozos distintos. Asimismo, será bella si se come una cereza negra y se toca la cara al mismo tiempo.
 
El pobre, cansado de trabajar sin provecho, puede hacerse rico rápidamente dejando unos granos de trigo en el alféizar de la ventana, que al día siguiente se habrán convertido en pepitas de oro. Con la cola de una lagartija en el bolsillo, quien acuda a nuestra casa con el afán de engañarnos, no lo logrará.

En la actualidad, existen muchos hechizos relacionados con el juego y la lotería.

Por ejemplo, quienes jueguen a cartas no tienen más que escupir con fuerza en el suelo y la suerte será su inseparable compañera.

También se ganará si se habla con un jorobado o con una mujer que no forme parte del grupo del juego.
 
Para la lotería, basta con penetrar en una expendeduría de billetes por la mañana en primer lugar, y el número que se adquiera saldrá premiado. Es de creencia general que si los dos últimos números del billete suman quince, éste saldrá premiado. También da suerte en el juego llevar un billete de cualquier clase, que sea capicúa, en el bolsillo.
 
Para conseguir un buen destino en el servicio militar, hay que llevar en el bolsillo el primer gorrito que se llevó al nacer, sin que se haya vuelto a lavar desde entonces.
 
Las estatuitas de cera constituyen otra clase de hechizos, que ya se estilaban en la antigüedad, aunque fueron más corrientes en la Edad Media y la Moderna. Se sabe que Catalina de Médici las usó con profusión, así como Madame Voisin, el alma negra de la marquesa de Montespan, amante de Luis XIV, la cual se valió de aquella mujer, sedicente bruja, para atraerse de nuevo el favor del monarca, cuando éste la desdeñó.
 
Pero no solamente eran los personajes encumbrados los que usaban las estatuillas de cera para sus fines. Por ejemplo, en la Edad Media el siervo no era digno de empuñar la espada y atravesar el corazón del señor feudal que vivía retirado y a salvo en su castillo. Por lo tanto, ante su tiranía, ante los excesivos impuestos, que le abocaban a la miseria, ante la deshonra, el desgraciado aldeano recurría al uso de los hechizos de brujería.

En su mísera cabaña y en tanto su esposa lloraba su vergüenza en un rincón, el marido confeccionaba la figurita de cera, que representaba a su rival. Después conjuraba a la estatuilla mediante unas plegarias y unos salmos dedicados al diablo, y cogiendo un alfiler lo introducía en el lugar del corazón de la figura. Esta operación debía repetirse tres días sucesivos, y al noveno ya debía surtir el efecto deseado. La odiada víctima moría o enfermaba.

Para conseguir favores especiales por medio de las figuritas de cera, hay que conseguir cera virgen. Entonces, para, conseguir el amor del ser querido se clava el alfiler en el corazón de la figurita.
 
Si se desea sanar a alguien de una enfermedad, se clava el alfiler en la parte del cuerpo afectada. De esta manera, el mal abandona al enfermo y pasa a la figurita.
 
Si se ansía obtener el favor de un alto personaje, se clava el alfiler en la frente, y si se desea la fortuna, se hunde el alfiler en la nuca. El alfiler, en todos los casos, debe ser de latón.
 
Desde tiempos muy remotos, se cree que hay objetos que sirven para librarnos de las asechanzas de los espíritus del mal, atrayendo sobre nosotros toda clase de venturas.

Entre los talismanes más usados desde la antigüedad, cabe citar:

Los huesos de muerto, especialmente de un jorobado. Las monedas de oro o de plata que hayan sido colocadas sobre un altar, sin que lo advierta el sacerdote, durante las tres fiestas que relucen más que el Sol. También es buen talismán la cuerda de un ahorcado, la piel de una serpiente, el colmillo de un lobo, los granos de trigo sembrados y no germinados.

Sin embargo, existe una creencia muy curiosa respecto a los talismanes: para que surtan efecto no deben ser comprados. Los talismanes han de robarse, encontrarse casualmente o recibirlos como obsequio. En caso contrario, el efecto será completamente contrario al que se pretende.
 
Finalmente, entre los conjuros más conocidos, se puede citar el cruce de dedos, el medio sobre el índice de cada mano, a fin de tener suerte en algo, y esconder tres dedos de cada mano, dejando sólo extendidos el anular y el índice, y pronunciar las palabras "lagarto, lagarto", para ahuyentar y protegerse contra el mal de ojo.
 
 
 

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