Cuan a menudo nos hemos dado cuenta de la verdad de esta declaración, cuando, habiendo puesto en movimiento la rueda del deseo, obtenemos aquello largamente deseado, en un momento cuando ya no sentimos anhelo alguno por eso. Hemos iniciado el funcionamiento de la Ley, y la Ley debe cumplirse. Las leyes subyacentes al Tiempo y al Espacio no trabajan conjuntamente con las leyes del Deseo, a menos que se las evoque especialmente; consecuentemente, el efecto del Deseo a menudo viene en un tiempo inoportuno, por lo menos en que concierne a las opciones del Ego.
Sólo después de muchas experiencias amargas, el Ego despierta y comienza a reconocer algunas de las leyes que operan en los diferentes planos de actividad. A menudo, estas experiencias son productoras de tanta angustia, que del miedo a la repetición de la angustia, el Ego casi cesa su actividad. La cesación de la actividad es la muerte. Para vivir, debemos ser activos, debemos desear. El deseo fue y es el originante del mundo, y la fuerza que lo impele, aquello que nos lleva a todos adelante hacia la meta de la evolución.
Cuando el Ego empieza a diferenciar entre los resultados alegres y los resultados afligidos como producto de su deseos, entonces desarrolla la discriminación. La discriminación es uno de los primeros pasos definidos, que más tarde conducirán el Alma a Dios. Es la Vida de Mercurio, el niño, que conduce al Peregrino hasta el Paraíso.