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NOSTRADAMUS EN EL LOUVRE


Catalina de Médici, aun cuando venía a la Ciudad Luz desde la cuna del escéptico Renacimiento, es decir desde Florencia, era, como muchas damas de su tiempo, creyente y docta al mismo tiempo en cosas de astrología, de signos premonitorios y de predicciones.

No es de extrañar pues, que haya tenido a Nostradamus en gran estimación. Además, también su esposo, Enrique II de Francia, aunque menos inclinado a creer en los misterios del ocultismo y de la creatividad, había quedado impresionado por todo lo que se decía del famoso médico.

 
Enrique conocía la cuarteta que lleva el Nº 35 en la Primera Centuria, comprendida en el Libro que Nostradamus le había dedicado, y en el cual se predecía que el rey perdería un ojo, dentro de una jaula de oro, y que por eso moriría de una muerte espantosa; escéptico o crédulo, el rey había quedado preocupado por esa profecía, con tanta mayor razón por cuanto, algunos años antes, otro vidente, Lucas Gauric le había aconsejado evitar cualquier torneo de duelo, especialmente al cumplir cuarenta y un años de edad.

Por esta razón, perplejo e inquieto quiso conocer a Nostradamus; y, como también la reina ardía en deseos de hablar con el famoso clarividente, Claudio de Saboya, gobernador de la Provenza, recibió el encargo de preparar una visita de Nostradamus a la capital de Francia.

Tenía Catalina entonces tres hijos varones, que constituían su mayor ambición y su gran orgullo; y deseaba, a cualquier precio, saber lo que el destino les reservaba a ellos y a sí misma, interrogando personalmente a Nostractamus.