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EL DOCTOR FAUSTO

 
A menudo se olvida que Fausto no es sólo un personaje legendario y poético, sino que fue el mortal de este mismo nombre que vivió en tiempos de Copérnico y Martín Lutero.
 
Gozó en vida de innumerables leyendas sobre sus hechos y su propia persona, lo que no tenía nada de extraordinario, ya que asimismo de los otros famosos nigromantes contemporáneos suyos contaba el pueblo toda clase de curiosas fábulas. Pero estamos bien informados de la vida y la obra de estos colegas gracias a diversas fuentes históricas, en tanto que las hazañas de Fausto, el de más renombre de los hechiceros de Europa, no han llegado hasta nosotros más que unos pocos datos, los cuales aún son menos dignos de crédito. Entre ellos, figura en primer lugar el relato del doctor Wiero, quien fue testigo ocular de lo que narra.
 
Vivía por aquel entonces Wiero en su villa natal, Grave, en el Brabante (Holanda), iniciándose en el ejercicio de la medicina. Cerca de este lugar se hallaba el castillo de Baten. Wiero describe los sucesos que acontecieron en el castillo, poco antes del año 1540. Extractamos de sus Memorias lo siguiente:
 
"El hechicero Fausto apareció un día ante la puerta del castillo, solicitando permiso para entrar. El castellano, el conde Hermann II de Bronckhorst, estaba en aquel momento ausente. Sus servidores, como primera medida, retuvieron preso al nigromante. El motivo que alega Wiero es: por sus malas jugadas.
 

CAGLIOSTRO, MÉDICO, ALQUIMISTA Y OCULTISTA


En el siglo XVIII, en el siglo de la Enciclopedia y del escepticismo religioso, floreció en Francia el famoso Cagliostro, el rival de Mesmer, del cual se diferenciaba porque sin pases magnéticos, varilla mágica, ni aparato de ninguna clase, curaba a los enfermos solo tocándolos. Como si esto no bastase para labrar en todas partes su popularidad, hacia espléndidas limosnas a los enfermos pobres después de curar sus dolencias, sin tomarse el trabajo de revelar el origen de su opulencia, ni mucho menos el de discutir con los mantenedores de la ciencia oficial la virtud de su sistema.

Como Alejandro de Paflagonia, estaba dotado Cagliostro de aquella expresiva fisonomía y aquel bizarro y majestuoso continente, que fascinan a las muchedumbres y cautivan la voluntad de los discretos, lo cual unido a su proverbial largueza fue causa de que muy pronto se le convirtiese en un tipo fantástico, diciéndose que poseía a fondo todas las ciencias humanas y en especial el arte cabalístico, que le había puesto en posesión de la piedra filosofal. Hasta Luis XVI que se reía a mandíbula batiente de las imposturas de Mesmer, puso a cubierto de todo ataque la persona y reputación de Cagliostro, declarando reo de lesa majestad al que osase injuriarle o hacerle algún daño. AI decir de sus admiradores, este hombre singular poseía todas las lenguas, el elixir de la inmortalidad, una elocuencia arrebatadora y hasta el don de resucitar los muertos.
 

GRANDES PROFETAS Y CLARIVIDENTES


La profecía se puede definir como la clarividencia en el tiempo y en el espacio.
 
Los que se apasionan por las investigaciones psíquicas y no pocos psicólogos, han aceptado como hechos indiscutibles y reales la clarividencia y la telepatía.
 
Durante la primavera del año de gracia de 1934, un español, don Tomás Menes, conocido en su patria por su gran habilidad en la predicción del porvenir, declaró que el canciller de Austria, Dollfuss, perecía violentamente dentro de los tres meses. Esto acontecía exactamente el 23 de mayo. El veinticinco de julio, vale decir a los dos meses y dos días de distancia, la profecía del augur maritense se cumplió plenamente...
 
Sin embargo, es éste un ejemplo demasiado reciente para que se pueda hablar con propiedad de "profecía". Pierre d'Ailly, nacido en el año 1350, y canciller de la universidad de París, era un hombre de estudio, filósofo, limosnero del Rey, obispo de Cambray y Cardenal, tenía gran versación también en geografía; y, tal vez, su libro "Inmago mundi" contribuyó no poco a convencer a Cristóbal Colón, para que se tratara de llegar a las Indias, partiendo desde el Occidente. Y esto lo afirmamos a citar, por lo tanto, al acaso, que el gran navegante genovés poseía un ejemplar de esa obra.