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PRINCIPIOS Y LEYES DE LOS NÚMEROS


Los sacerdotes egipcios tenían tres modos de expresar sus pensamientos. El primero, sencillo y comprensible; el segundo, simbólico y figurado, y el tercero, sagrado y jeroglífico.
 
Habiendo visto los antiguos magos que el equilibrio es en física la ley universal y que resulta de la aparente oposición de dos energías, trascendiendo del equilibrio físico al metafísico, declararon que en Dios, es decir, en la Causa Primera (1), viviente y activa, debían reconocerse dos propiedades necesarias una a otra: la estabilidad y el movimiento (2), equilibrados por la Corona o Fuerza Suprema (Levi, Dogma y Ritual).

"El Ternario brilla en el Universo por doquier. Y la Mónada es su principio."

¿Y por qué esa predilección por el Tres desde los más antiguos tiempos?

Contesta el Dr. Encause (Papus):

"Estudiemos cualquier fenómeno de la Naturaleza en el cual aparezca el número tres. Fijémonos en el primer fenómeno que se nos presenta: la luz del día, por ejemplo, y tratemos de inquirir la existencia de leyes generales que puedan aplicarse a otros fenómenos de clase enteramente distinta.

INTRODUCCIÓN A LA NUMEROLOGÍA

 
Debemos a Pitágoras los fundamentos de la filosofía de los Números, basada en las Leyes de los Opuestos, y de quien sabemos que obtuvo sus conocimientos en los templos egipcios guardianes del saber atlante.

A él se debe el actual sistema de división musical, basado en las mismas leyes de progresión y periodicidad de que se vale la Numerología.

El sistema filosófico-religioso que explica por los Números la formación del universo estaba completamente desarrollado en Egipto y había sido empleado no sólo por los sacerdotes egipcios sino también por los chinos, caldeos y hebreos para explicar los misterios de la creación desde tiempos antiquísimos. Pitágoras lo adaptó al alfabeto griego y lo dio a conocer en detalle al mundo occidental.

Las enseñanzas de Pitágoras fueron transmitidas por sus discípulos, uno de los cuales, el más aventajado, fue Aristacus. La escuela fundada por Pitágoras tuvo sus características propias. Cada discípulo debía pasar un período de dos a cinco años en contemplación y absoluto silencio. Era regla de sus miembros abstenerse del uso de las carnes y compartirlo todo en común. Creían en la doctrina de la transmigración de las almas y se caracterizaban por una fe ciega y ardiente que les inspiraba su Maestro: "Mi amigo es mi otro yo" era la expresión de afecto usual entre condiscípulos.