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El BUDA Y EL ZEN


Seis siglos antes del nacimiento de Cristo, un joven príncipe llamado Siddharta Gautama vivió en un palacio en las laderas del Himalaya en lo que hoy se conoce como Nepal. De acuerdo a la leyenda, llevaba una vida opulenta y protegida  hasta el día en que abandonó el palacio por primera vez.
 
Mientras viajaba con un sirviente,  vio a una anciana y descubrió que la gente envejecía y declinaba. Vio a un niño enfermo y aprendió sobre la existencia de las enfermedades. Encontró una procesión funeraria y por primera vez se enfrentó a la muerte.
 
Finalmente encontró a un mendigo medio desnudo pero sonriente. "¿Cómo puede este hombre sonreír ante tanta miseria?" preguntó Gautama a su sirviente. "Sonríe porque es un hombre santo, es un ser instruido en el alma", replicó el sirviente. La paz de su mente se hizo pedazos, con una añoranza por liberarse de los sufrimientos del mundo exterior y una incontenible sensación de destino.
 
Gautama renunció a su patrimonio y abandonó el palacio en busca de la instrucción.

Durante siete años vagó sin rumbo fijo por la India sin ningún éxito. Finalmente se sentó bajo una higuera cerca de Gaya y juró permanecer ahí sentado hasta lograr la instrucción. Al séptimo día abrió los ojos, vio la estrella de la mañana y tuvo un gran despertar en el que logró por fin conocer la realidad verdadera. Libre de todo dolor e ilusión mundana, se había convertido en el Buda, el instruido, y durante los siguientes cuarenta y nueve años, viajó por toda la India predicando la doctrina que es el fundamento del Budismo.

Buda enseñó que el ego, o "el propio ser", es la causa de todos los sufrimientos. En su desesperada búsqueda del confort y la seguridad nos aprisiona en un círculo vicioso de alegría y dolor, ya que el confort y la seguridad no son más que ilusiones. En un esfuerzo por promover su existencia por separado, este ser ambicioso nos aleja de nuestra condición original de unidad con lo absoluto y nos condena a una vida de engaño.
 
Tratamos de aminorar el dolor de la separación de nuestra propia naturaleza recurriendo a lo que Buda llamó los "cinco ladrones": el sexo, la glotonería, la búsqueda de una posición, la ambición y la locura.

Nos  refugiamos  en  las actividades  más profundamente insignificante.

Desafiamos al intelecto y denigramos lo místico. Buscamos, pero nunca sabemos por qué el intelecto no sirve para encontrar la verdad absoluta. Estamos en desacuerdo con el cosmos porque experimentamos la vida a través de un velo de dualidad, que discrimina en forma equívoca entre el sujeto y el objeto, entre la mente y el cuerpo, entre el observador y lo observado.

Nacemos libres del engaño, pero al irnos "educando" poco a poso, el ser interior crece, se apodera del control y nos aísla de nuestra verdadera naturaleza.
 
Por medio del zazen, una forma especial de sentarse a meditar, y del samen, un debate entre maestro y estudiante, el Zen nos despierta de nuestro "trance cultural", hace callar al propio ser y nos hace volver a nuestro estado de gracia original.
 
Buda no dejó nada escrito. Tras su muerte sus discípulos transmitieron sus enseñanzas de forma oral, pero eventualmente se recopilaron escrituras, se ordenaron monjes y monjas y surgieron monasterios por toda la India.
 
El Zen, una escuela budista fuertemente influenciada por el Taoísmo, se desarrolló en China en el siglo VI d.C. y con el tiempo fue llevada al Japón (Zen es la palabra japonesa que sirve para describir  "meditación").

A principios de este siglo, Zen se había arraigado en el Occidente, donde ha florecido desde finales de la Segunda Guerra Mundial.


 

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