Mucho se ha discutido desde la antigüedad acerca de las creencias y las prácticas del Paganismo, que se han conservado más o menos modificadas en la religión cristiana.
Por ahora no debemos tratar este asunto y por lo tanto nos ceñiremos a recordar un principio admitido por todos los historiadores de las religiones antiguas, a saber, que por regla general, las deidades de toda religión caída se convierten en genios maléficos en la vencedora.
Caldeos, egipcios, griegos y romanos habían descrito y pintado en poemas, frescos, jarros y sarcófagos los horrores de las regiones infernales, ponderando a más y mejor el poder de las sombrías deidades que las pueblan y de ahí los conjuros y las evocaciones de la magia negra y el vaticinar de los adivinos y el calcular de los astrólogos y los indecibles terrores que han inspirado en todos tiempos los brujos y todas las personas tildadas de cultivar las condenadas artes de la hechicería.
El culto de Hécate, el de los Manes y demás potestades del mundo inferior subsistía en tanto sobre las ruinas de los templos paganos, cuando las amables deidades del cielo y de la tierra, del mar y del aire habían caído de sus pedestales al soplo de la crítica filosófica y heridas por los rayos del Dios de los hebreos.
El culto de Hécate, el de los Manes y demás potestades del mundo inferior subsistía en tanto sobre las ruinas de los templos paganos, cuando las amables deidades del cielo y de la tierra, del mar y del aire habían caído de sus pedestales al soplo de la crítica filosófica y heridas por los rayos del Dios de los hebreos.