Piadosísima Virgen María de Guadalupe,
acuérdate que en tus celestiales apariciones
en la montaña del Tepeyac,
prometiste mostrar tu clemencia amorosa
y tu compasión a los que te amamos
y buscamos solicitando tu amparo,
llamándote en nuestros trabajos y aflicciones,
ofreciéndote escuchar nuestros ruegos,
enjugar nuestras lágrimas
y darnos consuelo y alivio.
Jamás se ha oído decir que ninguno
de los que hemos implorado tu protección,
ya en las públicas necesidades,
ya en nuestras congojas privadas,
pidiendo tu socorro,
hayamos sido abandonados.
Con esta confianza,
hoy acudimos a Ti,
siempre Virgen María,
Madre del Dios verdadero,
y aunque temiendo bajo el peso
de todos nuestros pecados,
venimos a postrarnos ante ti,
a tu presencia soberana,
seguros de que te has de dignar
cumplir misericordiosa tus promesas.