En el siglo XVIII, en el siglo de la Enciclopedia y del escepticismo religioso, floreció en Francia el famoso Cagliostro, el rival de Mesmer, del cual se diferenciaba porque sin pases magnéticos, varilla mágica, ni aparato de ninguna clase, curaba a los enfermos solo tocándolos. Como si esto no bastase para labrar en todas partes su popularidad, hacia espléndidas limosnas a los enfermos pobres después de curar sus dolencias, sin tomarse el trabajo de revelar el origen de su opulencia, ni mucho menos el de discutir con los mantenedores de la ciencia oficial la virtud de su sistema.
Como Alejandro de Paflagonia, estaba dotado Cagliostro de aquella expresiva fisonomía y aquel bizarro y majestuoso continente, que fascinan a las muchedumbres y cautivan la voluntad de los discretos, lo cual unido a su proverbial largueza fue causa de que muy pronto se le convirtiese en un tipo fantástico, diciéndose que poseía a fondo todas las ciencias humanas y en especial el arte cabalístico, que le había puesto en posesión de la piedra filosofal. Hasta Luis XVI que se reía a mandíbula batiente de las imposturas de Mesmer, puso a cubierto de todo ataque la persona y reputación de Cagliostro, declarando reo de lesa majestad al que osase injuriarle o hacerle algún daño. AI decir de sus admiradores, este hombre singular poseía todas las lenguas, el elixir de la inmortalidad, una elocuencia arrebatadora y hasta el don de resucitar los muertos.